14 de abril de 2015

BE: #1


     A veces siento que la odio. Tengo esa sensación en la que amas mucho a una persona pero al mismo tiempo quieres hacerle daño. Sin razón aparente, quizás sólo para comprobar si alguno de los dos todavía puede sentir algo. Detesto que se quede en silencio, mirando hacia el vacío durante largos períodos de tiempo. No sé qué hacer para hacerla feliz, ni siquiera sé si está en mis manos hacerla feliz. Estoy harto de intentar e intentar sin tener frutos, como si ella no pusiera de su parte. Porque ella no pone de su parte. Todos tenemos demonios que debemos tragarnos para seguir adelante con nuestras vidas. Como si yo fuese un insensible sólo porque quiero que deje de poner su mirada muerta sobre mí y simplemente me hable; que me grite; que me pegue; que me deje, pero no puedo más con esta indiferencia que no merezco. 
     No puedo darme el lujo de sufrir mis propias penurias por miedo a ofenderla; como si un solo lado de la relación tuviese derecho a padecer. No quiero comparar nuestras cruces, pero me pregunto si a ella se le ha olvidado que yo también soy un ser humano y que lo que siente cae también sobre mis hombros. Porque quiero. Porque la quiero. Si estuviese seguro de que ella haría por mí lo mismo que yo hago por ella tal vez no estaría tan amargo por dentro como lo estoy, pero es que la incertidumbre de no saber si ella me quiere tanto como yo la quiero a ella no me deja dormir bien en las noches. La estoy perdiendo, lentamente, y no puedo evitar pensar que es mi culpa, que no puedo competir por ella contra las pastillas de prescripción; ellas me tienen ganado un largo tramo de la carrera.


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