22 de julio de 2015

Sobre mi situación con la religión.

Caso tal, mi única religión es mi gato.

A mí me parece que temas como la religión, la orientación sexual e incluso la ideología política son muy personales. Me refiero a que, a menos que tú sientas la necesidad de discutirlo, o de que realmente no te interese ocultarlo, no es asunto de nadie más que tuyo. Y bueno, este es mi blog, escribo lo que me da la gana, y en esta clase de temas nunca he sido particularmente cerrada.

Como hasta los trece años estudié en colegios católicos, uno de monjas y luego uno donde el director era un sacerdote. Para cuarto grado ya me sabía la misa de memoria porque casi todas las mañanas, voluntariamente, entraba a misa. No porque fuese particularmente religiosa, sino por aburrimiento; llegaba muy temprano al colegio y estaba sola, así que por qué no.

Nunca sentí amor por Jesús, dios o la virgen y, aunque estudié en colegios católicos, sí me enseñaron sobre la evolución, y aún con ocho años, para mí siempre fue la explicación más lógica respecto a nuestra existencia. Para mí Adán y Eva eran más como una historia, la interpretaba como que Adán y Eva eran, aún dentro de la evolución, los primeros seres humanos como tal luego de todo ese proceso. Pero, como crecí entre gente católica, completamente creyente, para mí creer en dios era automático porque pensaba que era una certeza, que había un dios en el cielo, un diablo en el infierno, y que eso estaba completamente comprobado y no había razones para cuestionarlo.

La primera vez que yo escuché la palabra "ateo" fue a los doce años. Estábamos mis compañeros de sexto grado y yo en la fiesta de fin de año, una piscinada, cuando la coordinadora del colegio nos cuenta una anécdota sobre la fe, y nos dice que ella una vez le dijo a un ateo "que dios te bendiga", y el ateo le respondió "amén", siendo esto una prueba de la influencia de dios. Yo le pregunté qué era un ateo, y cuando ella me respondió que era una persona que no creía en dios, por fuera mi cara muy normal, pero por dentro mi cerebro hizo implosión.

¿No creer en dios? ¿Era acaso posible?

Para mí dios era un certeza, un hecho casi científico puesto que no conocía nadie que negara su existencia. Conocía gente que creía en él de diferentes formas, pero no que negara su existencia. Y ahí comenzó todo como tal. No me volví atea de inmediato, pero de repente comencé a tener cada vez más preguntas y menos respuestas. Me llamé a mí misma oficialmente atea a los quince años, cuando acepté que no creía y que decir lo contrario era mentirme; no podía aseverar algo que no estaba ahí, si cada vez que trataba de reafirmar mi fe mi escepticismo me saboteaba. No tenía sentido seguir gastando energía en algo que cada vez era una certeza más grande y palpable para mí: no creía en dios, no me parecía lógico.

Pero, Roselin, ¿por qué no agnóstica?

De hecho, una vez me hicieron esa pregunta. La diferencia es que, aunque yo no tengo certeza de que exista o no un dios, dentro de mí estoy segura de que no existe. No me cabe en la cabeza su existencia, no me parece lógica ni posible, por más vueltas que le dé al asunto. Simplemente no creo que un ser tal exista, me parece que la gente le da más propósito a la existencia humana de la que realmente tiene. Desde mi punto de vista, lo que son dios, dioses y religiones, no representan más que la impaciencia de las personas ante preguntas que, aunque no tienen respuestas, eventualmente las tendrás. O, incluso aún, que posiblemente no las tengan. La ciencia es la prueba infalible de que las cosas se dan con el tiempo; no siempre estuvimos al tanto de la gravedad, y aunque no se sabía porqué estábamos en la tierra sin caernos al cielo, eventualmente obtuvimos una respuesta. Así es la vida, así es como se van dando las cosas, o al menos bajo esa idea es que me rijo.

Para mí la existencia del ser humano no es algo místico; es el resultado de miles de millones de años de evolución de un sistema que, durante todo ese tiempo, encontró el equilibro para coexistir y depender mutuamente unos de los otros (humanos, animales, vegetación, etc.) con el único propósito de ser, de estar y de existir por el simple hecho de que es posible y se dio. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Que la mente, que los sentimientos, que esto y lo otro, bueno, ya eventualmente se podrán esclarecer esas dudas, se podrá saber por qué los seremos humanos tenemos ese maravilloso regalo de la biología llamado mente, tan enorme y tan capaz de trabajar en niveles en los que estamos al tanto, como en los que no. No sé si me explico, pero si he de creer en algo, es en el poder de la mente humana. La gente subestima mucho el poder de la mente.

Mi tía dice que las personas necesitan creer en dios y en la virgen, tener fe, pero a mí no me parece. Yo no critico la fe, ni a dios ni a quienes creen. Me parece que la libertad es maravillosa, y quienes creen y tienen la certeza en sus corazones de que existe un dios, pues bien por todos ellos. Yo no soy atea porque le tenga rabia a dios, porque se me haya muerto un familiar o por que no se me cumpla lo que pido. Si con algo he contado toda mi vida, es con independencia, por lo menos en mi propia mente, y desde muy chiquita me ha gustado más hacer mis cosas yo misma que pedirlas, incluso orar por ellas. Pero no me parece que rezar, orar y bendecir sea malo ni nada de eso. En algún momento dije que me gusta que me bendigan y es que, como dije arriba, la mente es muy poderosa, y cuando alguien te bendice te está deseando cosas buenas, y cuando la gente reza, está poniendo toda su energía a trabajar por esa causa. Caso tal, para mí los milagros no son más que mérito de la misma humanidad, de la voluntad y la capacidad de sugestión que tiene cada persona.

A mí dios no me parece ni bueno ni malo, me parece simplemente que no es, no está y nunca fue. Creo que es algo que si quieres que exista, pues existirá. Hay personas que creen que si no crees en dios no puedes tener morales y que inmediatamente te convierte en una mala persona. Creo que más que morales, en la vida se necesita el sentido común, y yo rijo mi vida bajo el pensamiento de no hacer a los demás lo que no quiero que me hagan, y si en mis manos está mejorar la situación de algo o alguien, lo más probable es que lo haga por el simple hecho de que me nace. Ir al cielo o al infierno no es algo que me preocupe, a diferencia de cuando estaba pequeña, que vivía traumatizada por eso. Para mí el aceptar que no creía me liberó mucho, es algo que a mí, en los seis años que llevo así, me ha sido de mucha utilidad. Siento que he crecido mucho más desde entonces, que tengo una vista más amplia sobre lo que sucede en el mundo y en mi entorno, y que me ha permitido ser mucho más abierta de mente.

Respeto mucho a la gente que cree, porque es la gente que me rodea y la gente que amo, y tener a dios, hasta donde sé, los hace felices. No voy por la vida predicando que la gente no debería creer en dios porque, en realidad, no me importa, y porque son decisiones personales. Hay gente a la que le hace bien, que los mantiene en paz creer en la justicia divina y que hay algo arriba que lo controla todo, y eso está bien. No veo por qué no podemos todos vivir en armonía y respetar las creencias y no creencias de quienes nos rodean. No es un tema que traigo a colación en mi vida diaria porque no es problema de nadie, pero no tengo inconveniente en expresar lo que pienso si me lo preguntan. Es simplemente lo que pienso, sin intención de persuadir a nadie.

Estando pequeña siempre me sentí culpable por no sentir amor hacia dios como todo el mundo clamaba hacer. No lo odiaba, simplemente no podía amarlo de la manera que amaba a las personas a mi al rededor, de quienes veía acciones y eran para mí palpables. No podía amar a alguien que no conocía, con quien no tenía contacto y, hasta que supe la existencia del ateísmo, me di cuenta que se debía a que me sentía forzada a creer y a rezar por el simple hecho de que para mí dios era una certeza, como dije antes. La cuestión es que nunca necesité un dios en mi vida, desde muy chiquita, y, a pesar de no creer, no me arrepiento de haber pasado por una educación católica. En parte, creo que es la responsable de mi escepticismo en primer lugar.

Volviendo a la historia del ateo que dijo amén ante la bendición de la coordinadora: muchos lo hacemos por cortesía, o en mi caso, como ya dije, porque la bendición me parece que son buenos deseos, y que alguien me la eche no me causará ningún daño. Se los dice alguien que le pide la bendición a sus familiares al despertarse, antes de dormir, al salir y cuando los ve tanto por cultura, costumbre y respeto, como por voluntad propia.

La existencia de un dios depende únicamente de ti, de lo que creas y necesites para estar feliz y tranquilo.

XO~

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